Artículo publicado en Viento Sur.
El pasado 8 de octubre comenzó la undécima Cumbre de la Biodiversidad en Hyderabad (India), conocida como COP 11, en la que asistentes de más de 170 países se han reunido para “avanzar en la protección de la biodiversidad del planeta”. Una cumbre clave para frenar los redoblados ataques sobre la diversidad natural, auspiciados especialmente desde los países del Norte global, empeñados en salvar su crisis económica continuando con el “business as usual” del consumo masivo de sus recursos naturales y la externalización de la catástrofe biológica al Sur.
A día de hoy, más de una quinta parte de todas las plantas terrestres se encuentran amenazadas de extinción. La mayoría de los grandes mamíferos terrestres sobreviven en reservas especializadas que compiten en recursos espaciales con poblaciones humanas autóctonas, enfrentándose también a las amenazas de la caza y el comercio ilegal, así como a la “safarización” de sus espacios vitales. La fauna y la flora marina, esquilmada y envenenada en la gran sopa de plásticos y residuos químicos e industriales en la que venimos convirtiendo nuestros mares y océanos, difícilmente puede mantenerse en índices saludables para los ecosistemas naturales y sufrirá una importante debacle en los próximos años que pone en riesgo la propia existencia de las poblaciones humanas que más dependen de los recursos del mar, especialmente en Asia. Y esto es solo la punta del iceberg.
Las razones de la extinción masiva no nos son ajenas y negar la responsabilidad antrópica sería pueril. Mientras que en el pasado las extinciones masivas proporcionaban nuevos nichos que permitían mantener en funcionamiento los mecanismos evolutivos, a día de hoy, las condiciones para el mantenimiento de la biodiversidad nunca habían sido peores. El mecanismo natural de extinción de especies puede ser considerado como una herramienta de selección y evolución, sin embargo las consecuencias de unas sociedades humanas hiperdesarrolladas (en los países del Norte) y extrañas de su propio medio son, cuanto menos, catastróficas. Además, cabe destacar el hecho de que las zonas del planeta que tradicionalmente albergan mayor biodiversidad son aquellas que sufren mayores amenazas por parte de un sistema económico depredador de recursos: litorales, bosques primigenios, selvas tropicales, etc.
La pérdida de diversidad biológica es una crisis global, a menudo ignorada, de proporciones inabarcables. Es prácticamente imposible encontrar una región de la Tierra que no se vea amenazada por una catástrofe ecológica. Si nos fijamos en la terrible situación en la que se encuentran nuestros espacios naturales en Norte América y Europa (como un ejemplo de responsabilidad e interés en la protección de la biodiversidad, el gobierno español acaba de aprobar un recorte del 41.2% en los presupuestos para Parques Nacionales) parece extraño que la crisis de la biodiversidad pase tan desapercibida. La miopía cortoplacista de la gran parte de los responsables políticos de distintas partes del globo, que vienen haciendo oídos sordos a los avisos de las organizaciones ecologistas y distintos sectores de la sociedad civil internacional empeñados en hacer oír la voz de los que no tienen voz, nos acerca cada vez más al punto de no retorno en el que la frágil red ecosistémica planetaria sea incapaz de soportar las continuas agresiones a las que se ve sometida a diario en nombre del mantra del crecimiento irracional.
En este contexto, la Cumbre de la Biodiversidad de Hyderabad se antoja un placebo para un enfermo crónico. En la anterior cumbre, celebrada en Nagoya (Japón) en 2010, el saldo no pudo ser más desalentador: compromisos vagos para “salvar la biodiversidad” sin fechas concretas de puesta en marcha de protocolos de acción reales ni financiación específica para conseguir dichos objetivos, más allá del acuerdo de mínimos sobre la distribución de beneficios económicos derivados de los recursos genéticos, Protocolo de Acceso y Participación de los Beneficios, ABS. En resumen: pocos motivos para ser optimistas sobre los posibles resultados de la Cumbre de la India, que probablemente terminará entre declaraciones laxas de la necesidad urgente de frenar la pérdida de diversidad biológica y justificaciones varias sobre lo complejo de situar todos los esfuerzos necesarios sobre dicho objetivo, debido a la difícil situación económica que atraviesan gran parte de los países responsables en mayor medida de dicha pérdida. Cuestión de prioridades.
Daniel Alcalde Güelfo
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